Wednesday, May 21, 2014

¡Me cambié de Carrera!

Así que si mis queridos lectores, me cambié de carrera. Me cambié a Psicología.

Para aquellos que se preguntan, NO, no lo hice por orgánica, aunque debo sustentar que realmente esa experiencia me dio paso a tomarme el tiempo de reevaluar todas las posibilidades que ya iba buscando casi un año. Desde que llegué al quinto trimestre de la carrera de medicina, mis días y trimestres se basaban un 90% en estar harta de lo que estaba haciendo y estudiando, un 5% de convencerme a mí misma de seguir estudiando eso porque era buena en lo que hacía y un 5% de buscar posibles alternativas de poder cumplir el motivo por el cual decidí estudiar medicina: ayudar a mejorar el sistema de salud.

Ahora bien, puede que se pregunten: ¿Cómo rayos una psicóloga va a poder ayudar el sistema de salud?, les tengo noticias, si se puede y en cuanto lo supe encontré una nueva alegría.

Así fue como sucedió…

Recuerdo que en diciembre de 2013 realicé visitas a las salas de emergencia de un hospital nacional como parte de un curso de auxiliaría clínica que realicé. Cuando llegué a la sala de emergencias de medicina interna, me gustó la labor que realicé ahí. Básicamente era la chica de los mandados por lo cual mi interacción con los pacientes era mínima, solo llevaba los medicamentos de la enfermera a los médicos internos y residentes  mientras no paraba de revisar el reloj constantemente contando los minutos para salir de ahí. La semana siguiente me asignaron la sala de emergencias de cirugía y fue ese día que la gota derramó la copa y me topé con mi realidad.

Al entrar a la sala me horroricé, no podía comprender como en una sala de emergencias pudiera haber camillas oxidadas, sin matres y sin papel protector de camillas, especialmente en la sala donde llegarían pacientes con heridas abiertas, que fácilmente pudieran ser infectados. Cada minuto que pasaba allí mi horror aumentaba. La sala no tenía una forma propia de desechar las agujas de las jeringas utilizadas, se echaban en un galón vacío de lo que solía ser un contenedor de cloro para limpiar. Los kits de sutura estaban escasos y duraban mucho tiempo en llegar, mientras los pacientes esperaban sangrando. Fue horrible.

Mientras estaba ahí llegaron varios pacientes, entre ellos un niño pequeño que necesitaba ser suturado en la mano. El no paraba de llorar y su llanto me enloquecía, no soportaba escuchar sus llantos de dolor. Mientras tanto me decía a mí misma: “Debes aprender a soportarlo. ¡Quieres ser pediatra por el amor a Dios!”, pero no podía. No fui capaz de insensibilizarme ante su dolor, casi sentía lo que el sentía. Con los adultos me fue mejor, fui capaz de suturar a un hombre en la cara, aunque yo temblaba más que una gelatina.

Al salir ese día del hospital llamé a mi mejor amigo, quien estudia medicina y le dije: “No puedo, yo no puedo ser médico. Me acabo de dar cuenta de que mis días estarán llenos de lágrimas, lamentos y dolor. Simplemente no puedo.” A lo cual el respondió: “Oh! Pero mínimo es emergencióloga (médico especializado en emergencias) lo que tú quieres ser. De que va a haber dolor, si lo va a haber pero debes verlo desde otra perspectiva. Vas a estar ayudando a que no tengan dolor y a secar sus lágrimas y callar lamentos, no seas tan trágica.” Él tenía razón… así que decidí continuar, no por mí sino por lo que ayudaría a hacer. La idea de ayudar a los demás siempre me ha apasionado así que me convencí de que eso debía ser suficiente para continuar. En ese trimestre gané la competencia de investigación, la cual era de MEDICINA y me dije: “Bueno, realmente soy buena en esto. ¿Para que parar si me va bien además?”

El trimestre acabo y otro comenzó… Y comencé a dar Química Orgánica I. Mi trimestre comenzó con un gran descontento, algunos de mis compañeros me acusaron de algo que no hice, quizás por envidia o quizás porque nunca se percataron de la verdad, pero esto me hizo toparme con otra realidad que no me agradó. Muchos de los estudiantes de medicina son pedantes y orgullosos y a la primera oportunidad de que su compañero caiga o falle será un orgullo para ellos y no dudaran en ayudar a hacerlo caer. Viven en una constante competencia de probar quien ha leído más y quien sabe más del tema, aunque eso implique ridiculizar a sus compañeros. Haciendo el cuento largo corto, el compañerismo es casi inexistente, es una constante competencia por quizás obtener el título del “más que sabe”. Odiaba ese ambiente. No podía entender como tenía que ser tan infeliz, arrogante y pedante para poder ayudar a otros a sentirse mejor, no me cabía en la cabeza y aun no lo hace.

Luego de quemarme en orgánica mi insatisfacción con la carrera de medicina fue mayor, me sentía incomoda con lo que hacía. Ya no le veía el sentido a continuar, luchando y sacrificándome por algo que no me apasionaba, que no me hacía sentir satisfecha, sino que me horrorizaba, aunque aún amaba la idea de poder ayudar a otros y ayudar el sistema de salud. Pero de nuevo me mantuve firme y seleccione materias de las que me tocaban, incluyendo orgánica.

Además de los factores ya mencionados, se añadió una necesidad económica, por lo cual tuve que comenzar a trabajar. Debo decirles que amo mi trabajo, ir a la oficina a diario me hacía sentir feliz, útil, capaz y gracias a eso me di cuenta de que  por casi 2 años yo estaba en el lugar equivocado. Y ahí comenzó mi debate… Por un lado quería cambiarme de carrera, estaba tan harta y tan molesta con la medicina que ni siquiera estaba buscando la forma de seguir siendo parte de ella, quería cerrar esa puerta detrás de mí y no volver a abrirla nunca, pero no encontraba otra cosa que me satisficiera.

El trimestre pasado ayudé, como parte de mi trabajo, en la organización de un operativo médico que se llevó a cabo en mi universidad. Aún era estudiante de medicina y me encontraba en la lucha interna de si debía o no cambiarme de carrera. Durante esa semana debía asegurarme de que todo estuviera en su lugar, que los pacientes fueran atendidos y que los médicos tuvieran a mano todo lo que necesitaran, herramientas, medicamentos, comida si le daba hambre, entre otros.  Durante esa semana descubrí mi verdadera pasión. Amaba que todo estuviere en orden, que los pacientes fuesen atendidos y que los médicos no carecieren de nada. La satisfacción que obtuve al ver que todo estaba en orden, que fluía organizadamente y que a todos se les suplieron sus necesidades no tiene precio ni comparación. Decidí que quería sentir esa satisfacción y esa alegría todos los días de mi vida por el resto de ella.

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Fue en ese momento que me di cuenta de que no odiaba el mundo de la salud, no odiaba a los médicos, simplemente no me veía siendo uno de ellos y debía encontrar la forma de hacer eso que me apasionaba. Así que, le pregunté a uno de mis amigos de medicina, quien estaba a término de la carrera y por primera vez escuché el término: “Medicina administrativa” y “Gestión de centros hospitalarios”. No les puedo negar que pensé mil y una vez en quedarme estudiando medicina y hacer esa maestría, pero no le encontraba el sentido a invertir 6 años de mi vida estudiando algo que no ejercería.


Así que como buena investigadora indague, busque información de lo que realmente quería y encontré como podía hacerlo. El desarrollarse en un campo de Human Behaviourism (comportamiento humano) te da la oportunidad de realizar una maestría en Gestión de centros hospitalarios, mi verdadera pasión. Por lo cual, mis queridos lectores, me cambié de carrera a psicología. 

A todo este dilema se debió mi prolongada ausencia. Traductores de ideas sigue en proceso...