Así que si mis queridos lectores, me cambié de
carrera. Me cambié a Psicología.
Para aquellos que se preguntan, NO, no lo hice por
orgánica, aunque debo sustentar que realmente esa experiencia me dio paso a
tomarme el tiempo de reevaluar todas las posibilidades que ya iba buscando casi
un año. Desde que llegué al quinto trimestre de la carrera de medicina, mis
días y trimestres se basaban un 90% en estar harta de lo que estaba haciendo y
estudiando, un 5% de convencerme a mí misma de seguir estudiando eso porque era
buena en lo que hacía y un 5% de buscar posibles alternativas de poder cumplir
el motivo por el cual decidí estudiar medicina: ayudar a mejorar el sistema de
salud.
Ahora bien, puede que se pregunten: ¿Cómo rayos una
psicóloga va a poder ayudar el sistema de salud?, les tengo noticias, si se
puede y en cuanto lo supe encontré una nueva alegría.
Así fue como sucedió…
Recuerdo que en diciembre de 2013 realicé visitas a las
salas de emergencia de un hospital nacional como parte de un curso de
auxiliaría clínica que realicé. Cuando llegué a la sala de emergencias de
medicina interna, me gustó la labor que realicé ahí. Básicamente era la chica
de los mandados por lo cual mi interacción con los pacientes era mínima, solo
llevaba los medicamentos de la enfermera a los médicos internos y
residentes mientras no paraba de revisar
el reloj constantemente contando los minutos para salir de ahí. La semana
siguiente me asignaron la sala de emergencias de cirugía y fue ese día que la
gota derramó la copa y me topé con mi realidad.
Al entrar a la sala me horroricé, no podía comprender
como en una sala de emergencias pudiera haber camillas oxidadas, sin matres y
sin papel protector de camillas, especialmente en la sala donde llegarían
pacientes con heridas abiertas, que fácilmente pudieran ser infectados. Cada
minuto que pasaba allí mi horror aumentaba. La sala no tenía una forma propia
de desechar las agujas de las jeringas utilizadas, se echaban en un galón vacío
de lo que solía ser un contenedor de cloro para limpiar. Los kits de sutura
estaban escasos y duraban mucho tiempo en llegar, mientras los pacientes
esperaban sangrando. Fue horrible.
Mientras estaba ahí llegaron varios pacientes, entre
ellos un niño pequeño que necesitaba ser suturado en la mano. El no paraba de
llorar y su llanto me enloquecía, no soportaba escuchar sus llantos de dolor.
Mientras tanto me decía a mí misma: “Debes aprender a soportarlo. ¡Quieres ser
pediatra por el amor a Dios!”, pero no podía. No fui capaz de insensibilizarme
ante su dolor, casi sentía lo que el sentía. Con los adultos me fue mejor, fui
capaz de suturar a un hombre en la cara, aunque yo temblaba más que una
gelatina.
Al salir ese día del hospital llamé a mi mejor amigo,
quien estudia medicina y le dije: “No puedo, yo no puedo ser médico. Me acabo
de dar cuenta de que mis días estarán llenos de lágrimas, lamentos y dolor.
Simplemente no puedo.” A lo cual el respondió: “Oh! Pero mínimo es emergencióloga
(médico especializado en emergencias) lo que tú quieres ser. De que va a haber
dolor, si lo va a haber pero debes verlo desde otra perspectiva. Vas a estar
ayudando a que no tengan dolor y a secar sus lágrimas y callar lamentos, no
seas tan trágica.” Él tenía razón… así que decidí continuar, no por mí sino por
lo que ayudaría a hacer. La idea de ayudar a los demás siempre me ha apasionado
así que me convencí de que eso debía ser suficiente para continuar. En ese
trimestre gané la competencia de investigación, la cual era de MEDICINA y me
dije: “Bueno, realmente soy buena en esto. ¿Para que parar si me va bien
además?”
El trimestre acabo y otro comenzó… Y comencé a dar
Química Orgánica I. Mi trimestre comenzó con un gran descontento, algunos de
mis compañeros me acusaron de algo que no hice, quizás por envidia o quizás
porque nunca se percataron de la verdad, pero esto me hizo toparme con otra
realidad que no me agradó. Muchos de los estudiantes de medicina son pedantes y
orgullosos y a la primera oportunidad de que su compañero caiga o falle será un
orgullo para ellos y no dudaran en ayudar a hacerlo caer. Viven en una
constante competencia de probar quien ha leído más y quien sabe más del tema,
aunque eso implique ridiculizar a sus compañeros. Haciendo el cuento largo
corto, el compañerismo es casi inexistente, es una constante competencia por
quizás obtener el título del “más que sabe”. Odiaba ese ambiente. No podía
entender como tenía que ser tan infeliz, arrogante y pedante para poder ayudar
a otros a sentirse mejor, no me cabía en la cabeza y aun no lo hace.
Luego de quemarme en orgánica mi insatisfacción con la carrera de medicina fue mayor, me sentía incomoda con lo que hacía. Ya no le veía el
sentido a continuar, luchando y sacrificándome por algo que no me apasionaba,
que no me hacía sentir satisfecha, sino que me horrorizaba, aunque aún amaba la
idea de poder ayudar a otros y ayudar el sistema de salud. Pero de nuevo me
mantuve firme y seleccione materias de las que me tocaban, incluyendo orgánica.
Además de los factores ya mencionados, se añadió una
necesidad económica, por lo cual tuve que comenzar a trabajar. Debo decirles
que amo mi trabajo, ir a la oficina a diario me hacía sentir feliz, útil, capaz
y gracias a eso me di cuenta de que por
casi 2 años yo estaba en el lugar equivocado. Y ahí comenzó mi debate… Por un
lado quería cambiarme de carrera, estaba tan harta y tan molesta con la
medicina que ni siquiera estaba buscando la forma de seguir siendo parte de
ella, quería cerrar esa puerta detrás de mí y no volver a abrirla nunca, pero
no encontraba otra cosa que me satisficiera.
El trimestre pasado ayudé, como parte de mi trabajo,
en la organización de un operativo médico que se llevó a cabo en mi
universidad. Aún era estudiante de medicina y me encontraba en la lucha interna
de si debía o no cambiarme de carrera. Durante esa semana debía asegurarme de
que todo estuviera en su lugar, que los pacientes fueran atendidos y que los
médicos tuvieran a mano todo lo que necesitaran, herramientas, medicamentos,
comida si le daba hambre, entre otros. Durante
esa semana descubrí mi verdadera pasión. Amaba que todo estuviere en orden, que
los pacientes fuesen atendidos y que los médicos no carecieren de nada. La satisfacción
que obtuve al ver que todo estaba en orden, que fluía organizadamente y que a
todos se les suplieron sus necesidades no tiene precio ni comparación. Decidí que
quería sentir esa satisfacción y esa alegría todos los días de mi vida por el
resto de ella.
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Imagen de: A |
Fue en ese momento que me di cuenta de que no odiaba
el mundo de la salud, no odiaba a los médicos, simplemente no me veía siendo
uno de ellos y debía encontrar la forma de hacer eso que me apasionaba. Así que,
le pregunté a uno de mis amigos de medicina, quien estaba a término de la
carrera y por primera vez escuché el término: “Medicina administrativa” y “Gestión
de centros hospitalarios”. No les puedo negar que pensé mil y una vez en
quedarme estudiando medicina y hacer esa maestría, pero no le encontraba el
sentido a invertir 6 años de mi vida estudiando algo que no ejercería.
Así que como buena investigadora indague, busque información
de lo que realmente quería y encontré como podía hacerlo. El desarrollarse en
un campo de Human Behaviourism (comportamiento
humano) te da la oportunidad de realizar una maestría en Gestión de centros
hospitalarios, mi verdadera pasión. Por lo cual, mis queridos lectores, me
cambié de carrera a psicología.
A todo este dilema se debió mi prolongada ausencia. Traductores de ideas sigue en proceso...
A todo este dilema se debió mi prolongada ausencia. Traductores de ideas sigue en proceso...